El oaxaqueño Toledo nos dejó un gran legado.

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Los ojos oaxaqueños que recrearon todo un universo en pintura, escultura, grabado y mucho más, se cerraron el jueves 05 de Septiembre en la ciudad de Oaxaca, a los 79 años de edad. El artista juchiteco, uno de los máximos exponentes de la plástica mexicana, deja un gran legado artístico para México y el mundo. Escultor, pintor, grabador, promotor de la cultura mexicana en el extranjero, Francisco Toledo fue un artista completo que creó su propio lenguaje visual, aquél que caminaba surcando, sembrando, borrando las fronteras entre artes visuales, literatura, diseño, artesanía y activismo.

“Tal vez dibujé a los 10 años. Recuerdo las tareas de la escuela. Recuerdo que alguna vez pinté sobre las paredes de mi casa. Dibujaba allí y mi papá, cuando llegó el tiempo de pintar nuestra casa, respetó mis cosas. Cuidaba mis cosas porque no puso pintura sobre la pared donde yo había dibujado… Cuando llegué a Oaxaca, a mi familia le dijeron que ‘este muchacho dibuja’. Por cierto, hubo una exposición de arte mexicano y fue la primera vez que vi pintura, antes no había visto un cuadro”, dijo el pintor en una entrevista con el también juchiteco Macario Matus.

Reconocido por su talento, con toque irreverente, transgresor de sus obras, un luchador social, un filántropo, defensor de sus ideales, de su tierra, de sus lenguas, de la ecología, del patrimonio artístico oaxaqueño, de los desprotegidos, nació el 17 de julio de 1940 con el nombre de Francisco Benjamín López Toledo, fue el cuarto de siete hijos de Francisco López Orozco y Florencia Toledo Nolasco.

Estudió arte gráfica en el taller de grabado de Arturo García Bustos en su trayectoria llegó al Taller Libre de Grabado de la Escuela de Diseño y Artesanías, del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), en la ciudad de México. En 1960, con 20 años de edad, el artista viajó a París para ingresar al taller de S.W Hayter. Allá conoció a Rufino Tamayo y Octavio Paz.

Quería estar ligado a mi comunidad, ahí había mitos orales, tradiciones, cuentos; pensaba que podía ser el ilustrador de esos mitos. Con el tiempo me fui cargando de más información, visité ciudades y museos; Picasso, Klee, Miró, Dubuffet, viví en Europa, viajé a España, conocí a Tàpies, a Saura… Mi arte es una mezcla de lo que he visto y de otras cosas que no sé de dónde vienen. Me han influido el arte primitivo, pero también los locos, los enfermos mentales y, sobre todo, Rufino Tamayo”, refirió el pintor.

Apasionado y dedicado, su obra está llena de androginia, de zoología, afirmó que el mundo del ser humano es uno con la naturaleza, así, murciélagos, insectos, iguanas, sapos, fueron bellos a través de sus ojos; artículos de uso común fueron convertidos en diseños que se embellecían para ser usados, también fueron lienzo de denuncia y protesta en contra de las injusticias, como ejemplo se encuentra una serie de 43 papalotes con las caras de los estudiantes desaparecidos de la normal de Ayotzinapa.

A cada paso, Toledo germinaba, esas semillas se llaman: Casa de Cultura de Juchitán, Taller Arte Papel Oaxaca, Centro de Artes de San Agustín, Biblioteca para Invidentes Jorge Luis Borges, Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO), Cine Club El Pochote, el Jardín Etnobotánico, la Fonoteca Eduardo Mata, la Biblioteca Francisco de Burgoa, editorial Ediciones Toledo; las revistas Guchachi Reza (Iguana Rajada) y Alcaraván y el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), uno de los recintos que resguarda su lenguaje eterno.

El zapoteco, su lengua natal, se oyó en los coros que lo inventaron todo para alabar al gran artista universal Francisco Toledo.