El mayor atractivo turístico que ha tenido Rusia en años recientes fue la Copa Mundial de Fútbol que este año atrajo a más de tres millones de turistas de todo el mundo. Fanáticos afortunados que pudieron recorrer ciudades como Ekaterimburgo, Nizhni Nóvgorod, Sochi, Moscú y San Petersburgo, sin embargo este país va más allá del comunismo, el vodka y la extravagancia de los zares; tiene una riqueza natural y cultural inimaginable, ya sea desde la tranquilidad de los destinos menos glamorosos al sur o en las grandes urbes.
Tuve la buena fortuna de visitar la región del Cáucaso norte durante el verano y no fue para nada como me lo habían pintado: un lugar inhóspito y frío, helado y lleno de osos, por el contrario, no creería que hiciera tanto calor si no lo hubiera experimentado por mí misma.
En Stavropol hay un gran flujo de alpinistas que visitan el monte Elbrus, por ser el pico más elevado de Europa, pero no solo los deportistas pueden enfrentarse a su gran naturaleza; diariamente hay excursiones disponibles desde Pyatigorsk y zonas aledañas hacia Grozny, Dombay, Elista, Arjyz, Kislovodsk, Yessentuki, entre otros destinos por un precio que no pasa de 2000 mil rublos (poco más de 600 pesos mexicanos). Existen un montón de lagos, bosques y reservas naturales disponibles, allí descubrí que los rusos aman nadar, aman estar en el agua pese a cualquier condición climática.
Transportarse en Rusia es muy fácil debido a la red de trenes que abarca gran parte del país, aunque suele ser inusual para los extranjeros los tiempos extremadamente largos que implican dichos trayectos, para los rusos suele ser de lo más normal la experiencia de vivir más dos días en un tren sin sentirse claustrofóbicos.
Tengo que decir que la comida no fue de mis favoritas, sin embargo pude conocer exquisiteces como el Kvass, -una especie de tepache de trigo-, sopas como el borsh, la okroshka o la solianka, que en su estilo muy peculiar me dejaron un buen sabor de boca.
De las grandes ciudades que visité San Petersburgo se lleva las palmas, no solo por su gran herencia cultural sino por su belleza arquitectónica. Poder ver el Palacio de Invierno desde la plaza, escuchar a sus músicos por la calle Nevski y disfrutar su vida nocturna es sencillamente una delicia. La ciudad refleja la majestuosidad de su imperio y que aún en la actualidad se perfilan como una potencia a nivel mundial; aunque peque de romántica, es una ciudad que enamoraría a cualquiera.
Finalmente, tengo que mencionar que no alcanza el tiempo para terminar de conocer Moscú, perderme en sus calles y visitar todos los museos, catedrales, bibliotecas, plazas y centros de diversión que me hubiera gustado, tal vez porque lo visité en verano y las filas de turistas eran enormes. Por ello es recomendable madrugar para poder visitar el Mausoleo de Lenin, la Catedral de San Basilio, el Kremlin, el Teatro Bolshoi o todas y cada una de las estaciones del metro.